Sesión 11: El gato y el ratón



· EL LOCAL
· INVITACION
· INESTABILIDAD
· LA HERMANA: ERI
· COMO UN MONTAJE
· EL GATO Y EL RATON

Ella está en la puerta despidiéndose de alguien. Pareciera que es la puerta de su casa y que estuviera hablando con una vecina. Me acerco y se apuran a darse un beso.
–Hola, ¿cómo estás? –digo, mientras miramos cómo se aleja la otra persona.
–¿Qué tal? –me responde efusivamente, parece una directora de escuela en medio de un acto solemne.
–Bien. ¿Vos?
–Bien… –dice con la voz finita y encogiéndose de hombros.
–Qué calor, ¿no, hoy?
–Sí, ¿no? Está fuerte. Acá no porque tenemos la sombra que generan los árboles de ahí atrás.
Hablamos mientras nos sentamos. La ventana está cerrada pero deja entrar la luz.
–Sí, es verdad, está lindo –digo, y suspiro cuando termino de acomodarme–. El otro día no vine porque tuve una reunión con…
–Me dijeron acá… Sí, te contesté.
–Ah, ¡qué bueno! No… bah…
–¡Sí, te contesté…! Pasa es que…
–¡Ah! No, no me llegó, por eso no sabía y…
–Me decía que lo habías recibido.
–…por las dudas llamé acá también.
–Sí, sí, vi que había un mensaje.
–Sí –me arreglo la ropa sin mirarla, como si no pasara nada.

EL LOCAL
–Bueno, no sé cómo sigue esto. Porque nos dijeron que en enero… Suena medio raro, pero que en enero van a hacer unas reformas en el local.
La miro con una sonrisita que no tiene nada que ver con lo que estoy diciendo.
–¿Y entonces?
–Y yo no sé, pero estuvimos hablando con… cuando ellos se fueron todas se pusieron a hablar y… y no sabemos. O sea, nos dijeron que para finales de diciembre nos avisan si… si vamos o no al local en enero. No saben si cierran durante enero o no.
–Ajá. Entonces…
–Para hacer la reforma.
–Entonces: vacaciones. Te pagan vacaciones, ¿o no?
–Y… todavía no hablamos de eso.
–Pero siempre te pagaron vacaciones…
–Sí, quince días. Pero no sé, todavía no hablamos de eso porque… nada…
–Obviamente por lo que veo no hablaron de nada, escucharon, ¿y?
–Y es que esa era la idea, que nos decían eso, que estaban viendo y que después íbamos a hablar más, cuando supieran más, pero que nos querían ir avisando. Y bueno, en enero van a cerrar el local, tal vez. Y por lo que hablaron las chicas… conmigo… eh… unas decían “seguro que cierran y no nos…” nada, cierran y no nos avisan nada.
Se hace un silencio. Ella me mira y entrecierra los ojos mientras se toca la pera.
–¿No sería bueno ir al Ministerio de Trabajo? A consultar qué podrían hacer.
–¿Por esta cuestión de estar en negro y todo?
–No, ¡todo! Porque si cierran y ustedes ni siquiera saben dónde es el otro local… Pero el Ministerio de Trabajo tiene que tener registrado quiénes son.
–Debería ser. Sí.
–Tienen un local ahí, no pueden no figurar en ningún lado. Alguien se puede enfermar… no avisar a las compañeras porque son todas mala leche, ¿no? –me dice, esperando que mueva la cabeza afirmativamente como ella. Muevo la cabeza, digo “Mjm” y sigue–. O tener que ir al dentista… faltar...
–Para averiguar.
–Irse al Ministerio de Trabajo, yo conozco gente que ha ido, sé que te tratan moooy bien, inclusive me llamó la atención una vez por una paciente que yo tenía que le hizo un juicio a una empresa en la que ella trabajaba, era una Mutual Médica. Ella primero atendía puramente en atención médica y después terminaba haciendo cualquier cosa, eso se fue viniendo abajo, mal, lo inhabilitaron, lo vaciaron, ¡todo! Y… ella hizo un juicio por el Ministerio de Trabajo que… realmente la trataron muy bien, pero además, le hicieron un psicodiagnóstico en el Ministerio de Trabajo.
–¿A ella?
 –A ella. ¡El informe era tan impecable! –dice mirando el techo y levantando un poquito las manos–, porque ¡qué bien hecho está!, ¡qué bien habían observado todo! Qué cosas se debían a determinadas cosas, qué cosas tenían que ver con su personalidad… ¡Tan bien hecho! Yo digo, ¡qué maravilla!, daba gusto verlo. Por eso se los di a mis compañeros de acá, que trabajan en psicodiagnóstico, para que vean ¡qué bien que está hecho! –y se ríe de contenta–. ¡Qué bien está hecho esto! O sea que sé que te tratan muy bien, ¡y te defienden si hace falta! Pero por lo menos, decir…
–Como para saber a quién…
–“Yo tengo esta situación laboral, no sabemos si cuando volvemos el negocio va a estar cerrado y nos vamos a quedar sin trabajo”. “Quiero saber qué puedo hacer si pasa eso” –deja de hablar con entusiasmo, me mira seria y agrega– ¿Cómo se llama el local?
–Yo por lo pronto pensé en esto, que si ellos vienen, hacen esta reunión para informarnos con tanta anticipación que probablemente… qué sé yo, es porque en algo se están haciendo cargo. Si no directamente, en diciembre dicen “bueno, chau chicos tómense las vacaciones” y… nos dejan afuera.
–Claro, pero ellos no pueden saber que puede hacer uno. Porque a lo mejor…
–Porque no creo que ellos tampoco quieran tener problemas legales, tal vez, nos están… Es lo que pienso yo ahora, tal vez nos están avisando como para que… para ver si alguna se cansa de la situación y se va sola –asiente con la cabeza enérgicamente, como si yo estuviera diciendo lo mismo que ella– y se ahorran un par de problemas. Porque la primer reacción era “ay, estoy harta, qué sé yo, yo me voy a la mierda” Y yo pensaba, “y bueno, tal vez es eso lo que quieren generar con toda esta desidia de estos últimos tiempos y todo esto: que te canses y te vayas. Y se ahorran…” Emmh… ¿cómo se llama?
–¡Indemnización!
–“…indemnizaciones. Se ahorran juicios, se ahorran todo. Se van solitas, y después las que quedan, bueno, vemos como arreglamos”. Me imagino que es eso, porque aparte se mostraron… Si bien nadie habló porque vinieron y dijeron “bueno”, eh… “vamos a tener una reunión y qué sé yo”, se encerraron ellos atrás y nos dejaron esperando. Nos llamaron, fuimos: “bueno, nos tenemos que ir en quince minutos así que les contamos de qué se trata y después otro día venimos a hablar”. Como… no nos dieron lugar a hablar pero, como que… y se hacían los buenos: “¡Ay! ¿no estás cómoda? No, sentate, ¡por favor!”. Así.
–¡Uhum!
–Raro –digo casi croando.
–Claro, yo me refiero nada más que a tener la asesoría de un profesional, de un  juzgado, de un organismo. De saber dónde estás.
–Sí. Eso está.
–Porque si vos podés decir “trabajo en el local tal…” –hace una pausa pero no digo nada–, “los dueños son fulano y mengano…” Porque muchas veces lo que hacen con esto… –da un golpecito en la mesa–. Suponte que tienen la mejor intención, pero…por si las moscas...
–Yo no creo que sea la mejor intención, creo son tipos que hacen negocios y lo que quieren es zafar de poner plata.
–Pero yo conozco mucha gente…
–O sea, no es ni bueno ni malo, es un negocio.
–Pero conozco gente que hace negocios y que…
–¿Más humanos? –la interrumpo.
–…en determinado momento… Sí, aparte de que tenían todo limpio, con la gente trabajando, una oficina, todo, emmh… que en determinado momento, en la época de Menem, ¡tuvieron que cerrar! Indemnizaron absolutamente con todo a toda la gente que tenían. Aparte que cuando los tenían de empleados les pagaban muy bien, que les hacían reconocimientos a fin de año, les daban plus de dinero, por, por, por… ¡por como trabajaban! ¡Por su trabajo y todo lo demás! Era la forma de reconocérselo, con dinero, decir “¡Ay, qué contento que estoy con este!”
–Claro.
–Porque a uno también lo pone contento algún cariño. Estem… Y bueno, tuvieron que cerrar porque no tenían más remedio, ¡porque los fundieron! Pero no hacían estas cosas así de agachadas y “vamos a hacer no sé qué y después les decimos”, “ahora vamos a hablar nosotros” Ellos juntan ahí la plata…
–La verdad es que yo no creo que tengan ninguna buena intención. Ni tampoco creo que tengan una mala intención. Creo que es la manera en la que se manejan. Que no está buena. Y… no me despierta ninguna confianza, la verdad. Pero es la manera en que hacen las cosas.
–Claro.
–O sea, los conozco y trabajan así. Hacen lo mismo con los proveedores, qué sé yo, son así. Están viendo todo el tiempo a ver cómo pueden manejar las cosas para poner lo menos y sacar más. Todo.  Esa es la manera que tienen de ser, con todas las cosas –hago un silencio y agrego mirando la parte alta de la ventana, apenada–: Conmigo también.
Ella no dice nada y yo me quedo pensativa en la misma postura.
–Y sí, así que hay que precaverse.
–Voy a investigar.
–Porque de todos modos vos ¿qué vas a hacer? No te vas a ir, ni nada de dejar todo y que no te paguen nada.
–No.
–Pero para mí hay que saber, cuando llegue el momento, qué podés hacer. Porque ahí en Avellaneda pasa mucho, el local que estaba desaparece…
–Sí.
 –A mí me ha pasado, ¡son tantos negocios siempre! “¿Era acá? ¿Era en la otra cuadra?” Ir y volver como una pava pero ¡no!, ¡se fueron y no volvieron nunca más!
–Y sí. Sí, es así.
–Entonces…
Suspiro, me miro las manos, miro las de ella que ahora están sobre el escritorio que separa nuestras dos sillas. Hoy parece una maestra de escuela.

INVITACION
–No sé… El otro día fui a visitar a mi mamá.
–Ah.
–Y me dijo que “estábamos” –dejo sonando la última s– invitadas en enero a ir a… Porque le conté que tal vez en enero me quedaba sin… Dijo que  mi hermana la “invitó” –acentúo la palabra–, y que si yo quería ir estaba invitada también.
–¿Dónde?
–A Córdoba. Ella está en Córdoba.
–¡Ah! –tose fuerte.
–No dije nada. Dije “Ah, gracias” 
–¿En capital está?
–Si, pero el marido tiene unos parientes en… no me acuerdo el nombre, es un pueblito. Me parece que se llama Venado Tuerto. Y a veces van.   
–Que yo sepa Venado Tuerto está en Santa Fe. 
–¿Ah, sí? Entonces no…
–Sí, está cerca de Córdoba, pero Venado Tuerto queda en Santa Fe, si  no me equivoco.
–No, no me acuerdo. O tiene un nombre así como gracioso pero no me acuerdo.
–Pero por ahí los parientes del marido están en Venado Tuerto.
–No sé, para mi eran cordobeses todos.
–Claro, pero podes haberte ido a vivir ahí después, porque tu hermana no es cordobesa y se fue a vivir a Córdoba.
–Claro, sí. Puede ser. Pero ellos tienen estos parientes que les prestan así como… casi todos los veranos hacen algo así. Es medio como un pueblo, campo, no sé, es como una casa de pueblo que tiene una piletita y se van con los chicos ahí.
–Uhum.
–Algo así. No sé.
 –¿Y? ¿Te produjo ganas de ir eso, o no?
–En el momento me pareció como… me dio como sorpresa que mi hermana me invite. Después bajé un poco y dije “no, si mi hermana no me llamó”. Le habrá dicho a mi vieja “bueno, si querés decile…”
Tose.
–Y vos…
–Y tampoco sé que le habrá dicho, tal vez me lo dijo a mí…
–¿Y vos trabajás en el verano habitualmente?
Tose mucho, todo el tiempo se interrumpe cuando habla. Busco con la mente entre las cosas que llevo en los bolsillos, la cartera, pero no tengo caramelos ni pastillas que ofrecerle, entonces digo “salud”.
–No sé, tengo un… Me pica y me viene cada tanto –estira el cuello y se lo frota sin dejar de mirarme.
–Sí. Eh… habitualmente tengo unos días en enero.
–Uhum –tose–. ¿Y ahí qué haces?
–Y el año pasado no hice mucho.
–¿Pero vas a Córdoba a visitar a tu hermana?
–No, a Córdoba fui hace unos años, cuando fui. Y… la otra vez me fui a la costa. No sé.
–¿Y con tus sobrinos cómo te llevas?
–Bien, son chiquitos. Es difícil llevarse bien con los chicos. Digo, es difícil llevarse mal con los chicos.
–Ah.
–Son chicos.
–Uhum. Sí, pero por ahí hay gente que les molestan los chicos chicos y dicen “no, porque gritan, juegan, qué se yo, hacen ruido”.
–No. En mi caso es el nexo con los grandes. Porque si fueran todos grandes no sé si iría. No sé qué hacer ahí. En cambio con los chicos estoy ahí, con los chicos, juego, el dibujito, vamos a caminar, no sé, entonces eso ya me da una excusa para estar ahí.
–¿Pero cuando estás con ellos la pasas bien?
–No sé. Por momentos sí, por momentos no. Es muy agotador porque estás… O sea, les das un poco de bola y ya se te suben encima todo el día.
–¡Pero un rato!, después se van a jugar.
–Sí, pero quieren que juegues con ellos todo el tiempo.
–No, le decís “ahora estoy cansada”.
–Sí, bueno, es lo que hago. O digo “no, ahora estoy con los grandes”.
–O… porque en realidad los chicos se divierten más entre ellos que con los grandes.
–¡Sí!
–Con los grandes suelen ser…
–Es como la novedad del grande que les trae juegos.
–Claro. ¿Entonces tenés dudas sobre si estás o no invitada?
–Probablemente mi mamá le habrá… le haya dicho “¿y está invitada Clara?”, y le habrá dicho “Sí, si quiere venir, sí”, pero que ella no me llama a mí para invitarme. Igual falta mucho tiempo también. Tampoco sé que va a pasar para las fiestas. Porque, por ejemplo, el año pasado ellos vinieron y festejaron las fiestas ahí con mi mamá. Y ahora no sé, si la están invitando es porque no van a venir.
–¿Porque “no” van a venir? ¿O porque…?
–Y, porque no van a venir para después ir de vuelta.
–Sí, pero a veces a la gente le gusta viajar…
–Sí, bueno, pero no es el caso de mi familia. Como que aguantan, “ya van a venir para acá”. O siempre fue así, no es que viajan mucho. No se mueven mucho.
–¿Qué edad tienen los nenes?
–Uno empezó primer grado, este año, y otro es más chiquitito.
–¿Ese es el más chico?
–No, y el otro es más chiquito.
–Ah.
–Creo que tiene tres, cuatro.
–¿Son dos varones?
–Sí. Son lindos. Me encantan. Crecen mucho, como no los veo mucho… Los veo una vez al año, siempre están distintos.
–Y claro, es para los veranos o para las fiestas.
–Claro. Como no nos relacionamos mucho nosotras, tampoco es que voy a llamar para decir “ay, ¿me pasas con los chicos?”.
–Si los querés…
–Sí, pero qué se yo…
–¿Qué te da?
–Y, tengo que hablar primero con ella. Pasa siempre… Es lo mismo, es lo mismo que pasa con mi viejo, siempre tengo que ser yo la que llamo. Me cansa.
–Claro, pero si no querés hablar con ella y querés hablar con los chicos, ¿qué?
–Y, pero ella está en todo su derecho de decir “no”. Qué sé yo. “Si no querés hablar conmigo, tampoco hablas con ellos”.
–Si tuvieran catorce años, decís “bueno, que llamen ellos” pero si tienen seis, no.
–Sí.
–Porque si agarran el teléfono de larga distancia para las llamadas…
–¡Ahí me odia! –me río.
–No, es un peligro que el chico salga con el teléfono, marque… –tose–. Se pone a marcar y por ahí figuran tres llamadas a Pekín, qué se yo.
–Sí.
Otra vez un silencio. Veo cómo busca un pañuelo en los bolsillos del saco que tiene colgado en el respaldo, veo cómo se suena la nariz, cómo lo dobla y vuelve a guardarlo, cómo se mira las manos y las pone una sobre otra en el borde de la mesa y me mira con una sonrisa y la cabeza medio inclinada hacia un costado.

INESTABILIDAD
–Bueno, así que no sé.
–Eh… no sabés de nada.
–Y… es medio así siempre en las fiestas. Ahora acá…
–Claro, pero este fin de año tiene un condimento especial, ¿no?
–El trabajo…
–No sabés si…
–Pero en un punto, no sé si lo notás, en un punto hasta… –dejo de hablar para acomodar un poco las ideas–. Cuando escuché todo eso, y empecé a pensar que tal vez es una manera de decirnos “váyanse yendo…” Yo… ¡hasta me sentí mejor! O sea, me pareció un bajón porque tengo que pagar el alquiler, no tengo ahorros como para… si quiero conseguir otro lugar, mudarme, o… o sea, estoy medio como en una situación difícil pero… no sé, es como si… Si la decisión no la puedo tomar yo, la toman ellos por mí.
–Claro, pero vos no tenés idea de renunciar.
–No, pero hace un montón de tiempo que no me banco más estar ahí, y no estoy pudiendo hacer nada para solucionarlo. Entonces tengo como un tema que es: por momentos digo “¡qué suerte que estos tipos son así, que todo se da así, que todo es tan horroroso pero que me liberan de eso!” Pero por otro lado, me agarran unos días de angustia que me quiero morir porque no sé qué voy hacer.
–Uhum.
–Y digo “bueno, hubiera preferido que me den como unos meses como para buscar otra cosa” y después digo “bueno, ¡tuve diez años!”
Vuelve a toser muy fuerte.
–Y esto es como mal enterarse.
–¿Vos decís que legalmente funciona así? No hay prueba.
–Tienen que mandar una carta, un telegrama. Pero ellos te avisan así porque como vos no estás en blanco… ¿será así en negro? –dice, riéndose.
–Claro. Manejan todo…
–Claro.
–El código… del… –dejo de hablar porque no se me ocurre el chiste que hubiera querido decir.
–Uhum.
Se la ve divertida acomodándose en su lugar. Cuando termina se queda quieta, seria, mirándome. Eso me incomoda un poco, entonces insisto con el tema.
–¿Ves?, finalmente son correctos. En negro, pero hacen lo que tienen que hacer.
–Claro, pero ni siquiera dicen “miren chicas, nosotros en enero vamos a cerrar”
–Y, porque es en negro. No pueden ser tan…No, igual no lo sé… Qué sé yo, tal vez es para… ¡tal vez ni siquiera ellos lo sepan! Tal vez van a ver qué onda: si sigue, sigue, si no, no. No sé.
Habla como para adentro y no sé si está pensando o me dice algo a mí. Igualmente no me preocupo mucho por escucharla.
–No sé, pero se me ocurre que tal vez pueden estar llegando a buscar otra cosa y viendo a ver si funciona, y mientras mantienen este así.
–¿Pero qué tienen que reformar en ese local? ¿El local ese es cómo?
–Ya estaba funcionando medio como de… de depósito del otro.
–Sí.
–Yo me imagino que deben estar viendo si… pero es lo que yo me imagino.
–Uhum.
–Deben estar viendo si… si consiguen un depósito “depósito” –dibujo un cuadrado en el aire–, o si siguen con esto como depósito y de paso venden al por mayor. No sé.
Ella aspira hondo y habla como desinflándose.
–Digamos que es una psicopateada con todas las letras. ¿No? Para dejarlas a ustedes…
–¡No sé cómo pensar en eso! –la interrumpo– porque yo siento que, si es una psicopateada, es porque es algo personal. Y yo siento que acá no hay nada personal, todo lo contrario…
–¡No, no, no! ¡Con todas ustedes! Como que queden ustedes en el aire y ustedes son las que decidan si se van o se quedan… –tose, interrumpiéndose.
–¿Pero vos decís que eso es una psicopateada? Yo siento que eso es una especulación, y que no es algo personal con nosotras.
–Por eso es una psicopateada.
–¿Porque no es personal? ¿Porque te usan como un mueble?
–No necesariamente tiene que ser personal. Para el psicópata las personas no existen.
–Y una psicopateada no es que es contra alguien… ni le importa –digo, pero en realidad es como una pregunta–. Es como manejar la mente de alguien para llegar a su beneficio.
–Claro, porque… ¿ustedes cómo quedaron todas? ¡Súper angustiadas, llenas de bronca...! –dice, contando con los dedos.
–¡No sé! –la interrumpo–. Parecía un nido de cotorras cuando se fueron. ¡Y salieron unas cosas!, que yo… me parecía re desagradable, no sé. Me decía “yo me iría hoy mismo, no vuelvo más. Encima tengo que estar acá con esta gente”. No sé.
–Y sí, además por los arreglos genera todo lo que hay entre ustedes, ¿no?
–Puede ser. Pero ellos se reían, hacían chistes. No sé.
–Y viste que la gente por ahí en los velorios, de pronto, hace chistes.
–Sí, no, pero... Sí, qué sé yo. Sí, lo entiendo pero… siento que, no sé, que cada vez me desagrada más esa gente.
–Uhum.
–Y después me siento… digo “¿me tengo que aliar con esta gente para tratar con estos otros?” No sé qué es más desagradable. Porque se ponen en una postura de… como militante de no sé qué cosa, pero desde un lugar así muy…¡con un fanatismo…!
–¿Pero militante medio cómo?
–Medio como, no sé, militante pero burdo.
–¿A qué le llamas militante? ¿Qué quieren hacer?
–Una especie de… ¿viste esa postura del patriota, que es tan así –me siento muy dura y derecha e intento poner cara de prócer– que parece que…? O sea, no… ¡parecía como que militaban para el insulto!, no sé cómo… a ver quién le sacaba más los ojos a los otros. Pero no llegaban a nada, era solamente como para regodearse de eso, no sé.
–¿En qué sentido decís regodearse?
–¡La estaban pasando bien!
–¿Ah, sí? ¿Puteando a los tipos la estaban pasando bien? ¿Era como que se podían sacar toda la bronca de encima?
–Sí… Sí, pero desde un lugar… O sea, que no sacas nada en limpio. Por ejemplo, yo también les decía que… esto que te digo, que yo pensaba “bueno, esto puede ser que sea tal cosa, qué sé yo” y “sí, sí, sí…” –hago como que le hablo a una hormiga que estuviera a mi izquierda–, y seguían hablando de “sí, porque le vamos a tirar las pantuflas por la ventana”. No sé, como… Y yo decía “bueno pero… no sé, ya que estamos acá reunidas y que no se da nunca el diálogo entre nosotras, podríamos hablar del tema que acaban de plantear”. Y seguían hablando, así, como puteando. Les interesa más eso que resolver algo. No sé. La pasan mejor con eso –me quedo pensando un momento–. ¡O tal vez será que lo tienen resuelto por otro lado, yo no sé nada y lo quiero resolver, y ellas ya lo tienen resuelto! No sé.
Afuera empiezan los bocinazos.
–Imposible de saberlo, ¿no? –carraspea la garganta–. Pero… estem… más en este contexto de estas compañeras, me parece que lo más saludable es correrte. Ver de dónde te podés agarrar.
–Sí.
–También en los CGP te podes asesorar.
–¿También qué?
–En los CGP.
–¿Qué son?
–¿Centros de gestión y participación?, es…  no me acuerdo como se llamaba la CGP… ¿donde te hacían los documentos antes? –Asiento con la cabeza–. Ahora no se si seguirán haciendo eso, pero te hacían el documento, te casabas, esas cosas… te anotaban cuando nacías. Ese lugar ahora se llama Centro de Gestión y Participación. Pero como todo se dice en siglas, mi Buenos Aires querido ahora se llama CABA… –tose un poquito, intencionalmente–. Siendo que a mí la CABA me suena a… Es una ciudad gigantesca en San Isidro, que se llama Cava pero con v corta.
–¿Ah, sí?
–Pero… los CGP son estos: Centros de Gestión y Participación. Y entonces ahí tienen –empieza a contar con los dedos–: abogados que te pueden asesorar, eh… tienen otro par de cosas, qué sé yo, distintos temas de los que te pueden asesorar. Pero por un lado, como primera movida, podés ir hasta ahí y hablar. Debés tener uno cerca de tu casa.
–Voy averiguar. No sé…
–Uhum. Sí, porque están en todas partes. Como para tener algo firme porque… eh…  te veo, con esto que me decís, ¡estás tan en el aire! ¿No?
–No sé.
–Inclusive, bueno, en las vacaciones tu mamá te dice que podés ir y vos “¡pero mi hermana no me invitó!”.
–¿Y vos qué decís? Yo no sé... ¿Corresponde que yo la llame para preguntarle? No… O sea, yo podría… pero hay una cuestión de orgullo, que es, es como… yo sé que si la llamo para preguntarle ella va a decir “¡ay, sí, pero claro!” –digo con voz nasal–. Y después cuando voy tengo que estar ahí abajo de su… como “ella”… no sé.
–¿Qué, siempre es así?
–Y es como “¡ah, diste el brazo a torcer, ahora yo tengo el poder!”. No sé…
–Pero, ¿siempre es así entre ustedes? ¿Una lucha así de poder?
Desde afuera se escucha a una mujer que dice “porque me pareció…” y sigue hablando. Eso me desorienta, me hace cambiar el tono de voz.

LA HERMANA: ERI
–Y creo que fue cambiando el lenguaje, pero sí. Me parece que sí –ahora la mujer del otro lado se ríe a carcajadas, muy fuerte–. El tema es que, como ella es más dura –digo, entre el griterío de afuera–, pareciera que le importa mucho menos que a mí, o que le duele mucho menos que a mí, o lo… lo hace…
–¿Y por qué esto que “es dura”, Clara?
–Por ejemplo, pareciera que no le duele no ver a mi viejo. Y dice “mmmh, a mí no me interesa”, entonces mi viejo la llama y ella, ella no, no llama nunca. ¡O a mi mamá! por ejemplo, dice “ay, porque…” –digo, como llorando–, se pone a llorar como siempre y ella le corta, tipo “¡ay, basta!” “¡Paf!” y corta. Y yo la tengo que escuchar.
–Claro, porque vos te lo tomas… Porque vos decís “mi vieja siempre llorisqueando, mi viejo es un hijo de puta”. Es como que ella ya dice… como “ya sé cómo son estos dos y cómo vivir así”
–Bueno, la diferencia es que ella pone límites, entonces la respeta muchísimo. ¡E incluso la llaman, la buscan, van atrás de ella! En cambio, como saben que yo escucho… que yo llamo… qué sé yo, ¡ya saben que yo escucho y llamo! Entonces ¡ya está! Se despreocupan.
–Uhum.
–¡Entonces siento que no me respetan como la respetan a ella!
Estoy indignada. Ella carraspea la garganta, se acomoda en la silla sin dejar de tener los brazos cruzados.
–Tipo, ¿van a tomar una decisión?: “hay que preguntarle a Ella”, “Y… ¿y yo?” “No, sí… bueno, después hablamos… Pero vos ¡todo bien!”, como ya dan por entendido que la que se puede llegar a enojar es Ella, yo no. Entonces llamarla es eso, es ir ahí... No sé. Y siento que esta invitación por medio de mi vieja es medio así, como para… no sé, marcar ese territorio.
–Y… tenés varias opciones también, hay que ver, ¿la única y valida es la de ir ahí?
–Sí… ¡qué sé yo! ¿Qué voy hacer, me voy a quedar acá en enero mirando el ventilador? Tampoco es que tengo mucho de… tampoco quiero… o sea, si me voy a quedar sin trabajo ¡no quiero gastarme los pocos ahorros que tengo en irme a la costa una semana! ¡Pagar todo, el alojamiento y qué sé yo…! Allá puedo colaboraaar… qué sé yo, pero no es el mismo gasto.
–Uhum –me mira de costado–. Pero otra opción es, si vos decís “bueno, voy”, decirle a tu mamá “¿pero vos estás segura de que…?”, ¿cómo se llama tu hermana?
–Eri –digo rápido sin pensar.
–“…de que Eri me invitó, ¿no?”, “¿no lo estás diciendo por tu cuenta?” Porque averiguá primero. Entonces si ella “no, no, yo ya le pregunté y ella me dijo que sí” ya está, no tenés que llamar. Otra es, llamás y decís “mirá, mamá me dijo que vos me invitabas… ¿de veras me invitás o son cosas de ella?”
–O sino seguirle el juego, que es, “bueno, ella me dice que puedo ir”, y decirle a mi vieja, “bueno, cuando te llame o algo, decile que voy”. Como usarla a mi vieja de intermediario.
–Claro… ¡dejála de intermediaria!
–El tema es que mi vieja a mi hermana: “ay, sí, sí, sí… le digo”, qué sé yo –digo, con vos aniñada y ceceando–, pero después conmigo “¡ay, que estoy cansada! ¡Siempre me ponen en el medio, todo el tiempo peleando!” –agrego, con voz llorosa y exagerada–. O sea, ¡todo siempre es lo mismo! O sea, ¡yo me tengo que ligar todo el bollo que Ella…!
–¡Claro! –me interrumpe–, ¡por eso te pregunto si “realmente” vos tenés ganas de ir! O preferís ir a… no sé, caminar a la costanera, o… sentarte debajo de un árbol…
–Es que yo, yo me quedé un verano… Aparte por lo que veo me parece que van a pasar… que mi vieja se va a pasar las fiestas allá. No sé, ya me quedé acá un verano y la pasé realmente muy mal, re triste.
–Claro, ¿cuál de los males es peor? Porque no está en juego tener unas muy lindas vacaciones...
–Y no… pero de última es como se estableció una especie de código en el que “ha-ce-mos como que no-pasa-nada” y no nos dirigimos la palabra, cada una está en la suya “¡ay, sí! ¿cómo te fue?” Ella mira para allá, yo para el otro lado, no nos miramos y todos hablamos con todos como si no existiéramos. Y toda la gente hace como si nada pasara.
–Uhum.
–Los chicos ni se dan cuenta, ella está cocinando, yo estoy poniendo la mesa, si ella está poniendo la mesa, yo estoy jugando con los chicos. Así.

COMO UN MONTAJE
–Esto parece una especie de obra de teatro, ¿no?
–¿Vos decís?
–¡Un montaje!
–Puede ser.
–Eso me da la impresión. ¿Viste esas obras de teatro que son de dramas familiares, que parecen soterrados y de pronto ¡pum! explota todo en un momento? Pero que, como hay público acá –dice, poniendo una mano en un borde del escritorio–, están todos en la mesa así –hace algunos gestos con los dedos en el medio del escritorio, como si estuviera amasando–, sentados uno al lado de otro. Y entonces siempre están juntos, pero como si estuvieran de frente al público –pone la otra mano en el otro borde del escritorio–. No como cuando nos sentamos ponele en la mesa grande y estamos todos frente a frente. Y hacés así y tenés pegado a la cabeza a alguien…
–¿Y cómo se soluciona esto? Porque yo también a veces siento que es una ridiculez terrible, pero cada vez que yo quiero romper el hielo, ella es súper agresiva conmigo, o sea… como, en vez de aprovechar eso y tratar de solucionarlo, ¡me tira unas cosas!, como que es peor, o sea que yo ya ni quiero... o sea… nada. Ya es como, bueno, la tercera vez que te pegan el cachetazo decís “bueno, listo”. Sabes que vas a hacer eso y te van a pegar, entonces no.
–Uhum. ¿Y qué pensás vos que llevó a esta situación, así, como de enfrentamiento eterno con tu hermana?
–No tengo idea. Porque yo siento que… ¡es ella la que de repente no me habla más! Una vez mi vieja, en toda la verborragia de todo eso… No sé, se le escapó, me dijo algo entre mil millones de cosas, que fue que mi hermana por una cuestión de piel no me soportaba –carraspea la garganta y se escucha como un “ejem, ejem”–. A mí me quedó eso. Y me doy cuenta que le molesta, no sé…
–¿Y vos tenés idea de cuándo empezó a pasar esto? ¿O si fue tan paulatino que no… no se notó?
–Y, hubo una época cuando yo me fui… y ella se había ido a Córdoba con… a hacer su vida.
–¿Ella se casó y se fue a Córdoba? ¿O se fue a Córdoba y después se casó?
–No. Se fue allá a trabajar, medio que lo conoció acá estudiando, no sé. Y… yo empecé como a querer… lo empecé a llamar a mi viejo, como para el cumpleaños… a ver…si yo… ¡no sé si será eso! Porque hasta ahí yo alguna vez lo había llamado y quedó así. Pero después, es como que dije “bueno, vamos a ver qué onda este tipo”, qué sé yo. Y ahí empezó a haber como una cosa que… que a raíz de que yo lo llamé un par de veces y él, no sé, me preguntaba si mi hermana estaba bien, si estaba enojada con él… No sé. Como que empecé… dos o tres veces me pasó eso que te conté la otra vez, que yo hacía como intermediaria, y que yo le decía “bueno, nada, si te interesa llamala”, “No, porque está enojada”. Como una cosa así. Y quedé yo ahí, y medio que me quise abrir de eso, dije “bueno, ¡basta! ¡Encima que soy yo la que te llama y vos no me llamás, ni te preocupás por mí, tengo que hacer de vocero de ella! ¡Hablá con ella!”.
–Uhum.
–Entonces, eso tendrá que ver. No sé si es que yo la vinculé y ella no quería vincularse. O que yo no quise hacer de intermediaria como mi vieja, o sea, es como esas cosas…¡Es que en un momento me sentía la secretaria de ellos!
–Uhum.
–Como el filtro: yo me banco todo el malestar de escuchar una cosa, escuchar la otra, y le traduzco al otro con “palabras bondadosas” lo que me dijo. ¿Entendés? ¡Muy desgastante! Y creo que correrme de ahí no le gustó, porque encima se quedaron como medios vinculados, con esta cosa de… Como que, que estaba todo más lejos y se los acerqué un poquito. Sigue igual que antes pero…
–Claro, pero… ejem… es una familia de muchos silencios por lo que se ve. Me refiero a silencio de lo que es una conversación verdadera, ¿no? Porque vos decís algo y una mira para allá, la otra mira para allá, como si no hablaran.
–Si se habla, siempre somos uno en el medio. No sé…
–¿Siempre?
–Siempre hay uno en el medio. Por ejemplo, mi hermana: mi vieja en el medio. Mi viejo: yo en el medio con mi hermana, como siempre.
–Pero no, ustedes están en un lugar, juntos, hablando, y de decir “oíme, ¿por qué no vemos qué carajo nos pasa a nosotras? ¿Cuándo fue que nos peleamos?” ¿Nunca…?
–¡Ah! –la interrumpo–, ¡pero yo cada vez quiero hacer eso! Y ella o grita o me dice “¡ay, vos ya lo sabés perfectamente!”, “¡no, no tengo ni idea!”, “¡ay, no, no te hagas la boluda!”. Ni idea… o sea, ¡no sé!
–¡Claro! No, yo no digo que “tengas que hacer eso”. Digo que al no producirse eso, al no poder producirse eso, por las razones que fueren, está todo el… el caldero al descubierto y los demás haciendo como que… ¡no pasa nada! ¿no?
–Sí. ¿Y qué hago? ¿Qué se hace? ¿Es normal? O… ¿pasa a veces?
–¡Pasar, pasan tantas cosas! –dice, como si de repente tuviera mil años–. Pero… eh… si vamos a decir… la palabra “normal” se usa en dos sentidos: una en el sentido de corriente, común. Y otra en el sentido de saludable, como la norma, o sea, ¿vas a pensar que es la normal? Y, no. Porque esto de saludable no tiene nada. ¿Si es corriente? Y… pasará, pasan estas cosas y pasaran otras muchas peores. Ahora, la cosa es si vos te bancás eso o no. Y qué querés vos.

EL GATO Y EL RATON
–A ver… No, no me lo banco, pero no tengo perspectiva de algo mucho mejor que eso. Y, en todo caso…
–En este…
–Y en todo caso –la interrumpo–. En todo caso, pienso: o voy y juego el jueguito una vez más, que más o menos ya lo sé jugar, como el rol que me tocó ahí. O me quedó acá y me como toda la angustia de que no sé dónde estoy, no sé si sigo trabajando, no sé si… ¿entendés? Yo sola acá, metida en un departamento, en enero, verano. No. O sea, eso me parece mucho peor. Allá, por más que sea todo eso un bajón, están los chicos… no sé, estoy, no sé… me hago la boluda y más o menos me río de los chistes que cuenta  mi cuñado… la veo a mi vieja… ¡ah! Porque mi vieja cambia, ¡es buenísima! O sea, porque si no… –imito una guillotina con la mano–. Y mi hermana no le da bola, y mi cuñado es un tipo que se la pasa contando chistes “¡ah, sí, sí!”. Todo el tiempo así, como “¡No, no se dice nada!” Así todo el tiempo, muy por arriba. Que es obvio porque es una familia que no es la suya, entonces mi vieja como súper… –hago una pausa y pongo las manos entre la silla y las piernas mientras pienso–. Ahí hay otros juegos, porque yo ya me lo tomo como un juego al que juego con ella, y es que ella le sigue el juego a mi cuñado de una manera… así, como se hace la que “¡ay, sí! ¡todo divino, divino, divino! ”, y después esta todo el tiempo, como para canalizar ese llanto que lo tiene que… Una vez al día tiene que llorarle a alguien, empieza como a querer… por ejemplo, si yo voy hacer algo a la cocina, vine y me dice “ay, bsbsbsbsbs” –digo, como contando un secreto–, como que está buscando que yo esté sola para hablarme de sus problemas, por ejemplo: que no se banca que mi cuñado no sé qué. Entonces yo juego a que no me tengo que quedar sola para que ella no se me venga a quejar. Es como… –digo agotada– ¡terrible eso! ¡Son unas relaciones macabras!
–Como a las escondidas ¿no? Es el gato y el ratón, parece.
–No, pero estamos… yo si me pongo a pensar, así como lo estoy diciendo…
–Vos pareces ser el ratón ahí.
–¡No! Pero, ¿por qué el ratón? Es como… ¡me estás poniendo en un lugar horrible! ¿Yo sabés cómo…?
–No te estoy poniendo, vos me estas contando unos juegos macabros –dice con mucha dulzura–, de los cuales hay varios que están tratando de cazar a otro, ¿no? Y entonces, ahí hay uno que siempre está escapando. Y vos siempre estas escapando de todos.
–Pero yo lo siento como que me pongo el traje del ratón…
–Uhum.
–…pero en realidad… ¡soy como una bailarina súper veloz! ¡y me puedo mover así, y pasan así, y no me tocan! –digo, representando en la mesa con los dedos una especie de danza.
–Claro, pero por eso te digo que parece el juego del gato y el ratón. No dije “parecen gatos y vos un ratón”, ¡parece el juego del gato y el ratón! Porque el gato, cuando quiere agarrar al ratón, ¡también lo suelta! Para que trate de correr y agarrarlo. ¡Y eso le divierte! ¿Entendés? ¡Tenerlo todo el tiempo no lo divierte más! –hace una pausa–. Y vos parece que estuvieras en una cosa así, una cosa muy llena de sadismo, ¿no?
–¿Eso es sadismo?
–Shhh –aspira el aire por entre los dientes–. Hay mucho maltrato… Porque, como decías que tu mamá cambia yo pensé que por ahí, con alguien así, jodón como es tu cuñado, ¿es cordobés?
–Sí.
–Entonces siempre tienen algún chiste, alguna ocurrencia, porque tienen una velocidad que no sé de dónde la sacan… Bueno, la verdad es que son divertidos los cordobeses, con lo que se les ocurre. A mí me pasa cuando lo escucho a este juez, ¿el que fue intendente de Córdoba? Se propuso para gobernador y no salió. Es un abogado… Y la vez pasada no sé qué le preguntaban, como había renunciado… Kirchnerista… que había hecho negociados y ahora tenía plata… “¡Quí viá tener plata si estoy crocaaante de seco!” –espera un segundo antes de seguir–. Me pareció tan rápida esa metáfora, de decir “estoy crocante de seco”… ¡Dan risa! ¡Son rápidos! Tienen… un dejo de humor en todo, ¿como si no se tomaran la vida tan en serio?
–Mjm.
–Entonces pensé que por ahí tu mamá con esa situación podría cambiar. Pero por lo que decís de que…
–Es que cuando quiere cambia. O sea, ella tiene una carita para cada uno, y no sé porque a mí me toca la del bodrio…
–¿Aburrimiento?
–…llanto… ¡Sí, plomazo total! Debe ser que soy la única que la escucha, porque te digo, mi hermana le dice “basta” y ella “je je je” –hago como que me río metiendo la cabeza entre los hombros–. Y se queda así. Si yo digo “basta” se pudre todo, se enoja, ¡conmigo se enoja…! Con ella no, con ella habla toda “sí, sí, sí…” –digo suavecito–. Entonces viene y me lo dice a mí.
 –Claro, porque cuando está con tu hermana ella es el ratón. Cuando viene con vos va de gato, ¿no? A ver quién se come a quién –tose–. El tema es si vos estás en situación de bancarte esto –pone las dos manos en paralelo sobre un lado de la mesa– o esto –pasa las manos en la misma posición al otro lado de la mesa.
–¿Y yo cuando voy a ser gato?
Se hace un silencio un poco largo.
–Bueno, con el novio este que tuve, con el que viví un tiempito… No sé si era el gato, pero… pero sí, siento que era como… ¡yo lo quería, todo! Pero me parece que era un poco agresiva.
–¿Por qué? Me parece que…
–No lo sé. Para mí no, pero él siempre me decía que sí. Después de tantos años digo “tal vez sí”. Por algo…
–No sé eso, también hace mucho que pasó, no sé. Pero… pero lo que te quería decir es: estamos hablando del juego del gato y el ratón, de que en esta familia se juega así, y vos decís “¿y yo cuándo voy a ser gato?” y no “¿cuándo me voy a la mierda de acá?”
–¡Ah! Es que yo lo estaba espiando al mundo entero, porque si yo…
–¡Claro! –me interrumpe.
–Me pasa lo mismo con mi trabajo…
–Como si tuvieras dos posibilidades de ser –vuelve a interrumpirme–: de comer o ser comida, ¿no? Y bueno… sale caro eso, ¿no? –y sin darme tiempo a responder agrega  “Bueno Clara, ¿nos vemos el jueves?”
–Bueno… –contesto un poco confundida. Ella agrega algo medio entre risas pero no la escucho por el movimiento de las sillas.
–Bueno… gracias…. Chau, hasta el jueves… ¡Y esto! ¿cómo te afanaron esto? –pregunto riéndome un poco cuando veo que falta el picaporte, dándome cuenta de lo que había dicho antes.
–¡No sé, ayer vine y no estaba! No sé qué habrá pasado, se lo habrán llevado por equivocación… –dice riéndose también.
–¡Qué horror! Igual, ¿hay cosas como de valor acá? No…
–¿Eh? –me mira ya desde el escritorio, abriendo la agenda–. No, no… pero se… la verdad es que la puerta queda abierta…
–Sí… –digo, mirando el agujero que quedó en la puerta–. Bueno. Gracias.
–Bueno, chau, hasta el jueves –me dice, ya en otra cosa, sentada y escribiendo.
–Hasta el jueves.
Camino lento por los pasillos, repitiendo “el gato y el ratón” como si estuviese cantando.