Sesión 10: La noche de la Pantera Rosa con final feliz



· SERGIO
· DISPONIBILIDAD
· CUANDO NO ESTOY NO ESTAN
· EL ENCIERRO
· LA NOCHE DE LA PANTERA ROSA CON FINAL FELIZ
· LA FAMILIA

–¡Hola!
–¡Hola! Pasá.
–¿Qué tal?
–Bien –se levanta y me saluda con un beso, cada una da unos pasos hacia su silla. Me mira mientras me siento.
–¿Cómo estás? –pregunta sonriendo una vez que me ve acomodada en mi lugar.
–Bien, ¿vos? –digo arrastrando la voz un poco.
–También –contesta como entre cascabeles, sin dejar de sonreír con la cara levemente adelantada al cuerpo, como queriendo que se note claramente su gesto.
–Me alegro –digo, y para sacar un tema agrego: Está lindo el día.
–Bueno sí, me alegra que te alegre. Me alegro que te alegre… eso.
–Ah, bueno.
Se ríe. Tose.
–Está lindo el día ¿no? –insiste.
–Sí… –nos miramos un rato– Sí, ayer no estaba tan lindo –digo, intentando sostener el tema de conversación.
–Podría haber sido otra cosa –dice entre risas– Los coletazos del viento Sonda que llegaron acá…
–Ah, ¿sí?
–Sí, había comenzado un viento que… ¡de horno!
–Ah. Puede ser.
–En algún momento, no me acuerdo cuando, pero en algún momento lo sufrimos. Viste, ¿no? ¿qué había poco aire?
–Sí.
–¿Qué había nueves bajas? Y después…
Termina la frase muy bajito y no le entiendo lo que dice, pero no me importa, es un tema que no hace falta escuchar. Toso.
–Otra que tose, no soy la única –dice.
Vuelo a toser antes de hablar.
–No… –digo lento, como cansada– yo toso… hace un tiempo ya. ¡Espero que se me vaya pronto!
–Sí, por ahí cuando se termine de largar el polvillo este de los árboles.
–Sí.
Silencio. Desde afuera llegan algunas voces, hay un hombre en el pasillo que habla.
–Bueno, no sé.
–Lo que vos quieras… –acompaña lo que dice con un escalofrío.
Silencio. Nos miramos fijo unos segundos y bajo la vista para pensar en qué decir.
–Podés hacer como los peruanos: lo que te provoque –dice, interrumpiéndose con su tos.
–¿Los peruanos dicen “lo que te provoque”?
–Si te sirven… dicen, por ejemplo en comidas, “servite lo que quieras”, siempre es “lo que te provoque”.
–Ah –respondo tarde.
–Bueno, ¡habla de lo que tengas ganas! –hace un silencio– O como en la regla “lo que se te pase por la cabeza”.
–Lo que se me pase por la cabeza –vuelvo a responder tarde.
–Mjm –y hace un gesto de afirmación.

SERGIO
–Bueno. El otro día me mandó un mensajito Sergio –hago un silencio, como ella no dice nada sigo–. Decía “hola nos vemos ahora”
–Mjm
–Era a la noche. Yo no podía, estaba re lejos y le dije que no, si nos podíamos ver otro día –ella tose y se queda con el puño tapándole la boca–, quedamos en ir al cine el miércoles.
–Mjm –dice sin sacarse la mano de la cara.
–Ayer. Lo estuve esperando un montón y como a las doce de la noche… Bah… a las once me mandó un mensajito de que a las doce, y a las doce me mandó un mensajito de que no podía… Y después hablaba de que así era la vida… la vida del no compromiso… no sé.
Silencio. Se acomoda en su silla, me mira subiendo el mentón, después bajándolo hasta casi tocarse el cuello con la pera.
–¿Y eso fue todo?
–¡No! Me puse contenta porque se acordó y me llamó, pero por otro lado… no sé. Era verlo ese día a la hora que él quería o… o quedamos así otro día que…
–La vida del no compromiso de quién, ¿no?
–Y, se supone que no tenemos una relación ni nada –digo con desinterés, agravando la voz– Así que no sé –concluyo al rato con la voz más finita.
–Sí, no es nada… demasiado… difícil.
–Qué se yo, pero el miércoles yo podría haber tenido otras cosas y me dejó ahí esperándolo y… cada tanto me mandaba un mensajito posponiéndolo un poco más hasta que se hizo re tarde y me dijo “bueno, no…”
–¿Cuándo fue? ¿Cuánto pasó de la primera vez… y única vez que salieron?
–Qué se yo, no me acuerdo… ¡un montón!
–¿Un mes, un año?
–¿Cuatro meses, cinco? –carraspeo la garganta– No sé, el hecho de estar ahí en el local lo hace como que… las cosas se vean diferentes.
–Ahá.
–Como que estoy en un lugar suyo, como si… y se habla de él… es como que está presente de alguna manera.
–¿Y eso hace que…?
–Entonces es más difícil como borrarlo. Creo.
–¿Y eso hace que distorsione la medida del tiempo de la ausencia? A parte, con esta actitud… –tose.
–Algo así.
–¿Parece mucho, parece poco, parece más, parece menos? –insiste.
–Depende, hay días que estoy en mi casa y parecen veinte mil siglos y hay días que estoy ahí y… siento que en cualquier momento va a aparecer.
–Mjm. Pero nunca aparece.
–No, pero está esa sensación que hace como si estuviera o como si en cualquier momento viniera o si hubiera estado ayer.
–Mjm… ¿Y eso te deja a vos así, con esa sensación de disponibilidad?
–Sí, también que no… no sé, no hay nada mejor.
–Ah –dice, inclinándose sobre la mesa y apoyando los codos mientras entrelaza los dedos– Ni peor.
–No hay nada más.
–Mmm… –carraspea la garganta y vuelve a apoyarse sobre el respaldo de la silla, hablando con más soltura– Claro, que decir “no hay nada mejor”, no es de ambas partes, ¿no? Una actitud de… en cuatro, cinco meses no da señales de vida y de pronto una señal así y después… ¡se apaga!
–Sí. –respondo desconsolada, ella tose– Lo  peor es que cuando me dijo “bueno, nos vemos ahora” y le dije que no podía, sabía que después no lo iba a ver, por más que me diga “ay, sí, vamos al cine” –hace un gestito torciendo la boca, como riéndose, y me mira de reojo– Y hasta llego a pensar en quedarme en mi casa por si me llama y justo estoy, y no ir muy lejos.
–Mjm
–Entonces es como… ¡como absurdo! –hago movimientos negativos con la cabeza– No sé
–Claro, pero… –carraspea la garganta– te llama al celular… –dice, con cierta ironía.
–Sí, bueno pero si yo estoy muy lejos, no puedo aparecer en 10 minutos.
–Claro, pero si él te llama al trabajo… ¿está cerca de tu casa?
–Creo que él vive por Once. No sé bien por donde, pero no es lejos de mi casa, entonces nos encontramos por ahí. Si yo estoy lejos y le digo “bueno, en dos horas…” –otra vez hago un gesto negativo con la cabeza–. Pero por otro lado me doy perfecta cuenta que es absurdo lo que estoy diciendo, es casi como quedarme en mi casa esperando que el otro, algún día, exista la posibilidad de que llame, entonces puedo estar seis meses sentada esperando que me llame –acentúo cada palabra.
–Mh
–O sea, si me hubiera quedado en mi casa hubiera estado cinco meses esperando este llamado… que tampoco es un llamado, es un mensajito.
–Bien, como… como un memorándum de una empleada, ¿una cosa así?
–¿Un memorándum de una empleada?
–Claro –carraspea la garganta–. Por ejemplo en un negocio, en un negocio chiquito, no habrá un memorándum, ¿no? pero ojo, que te dejan un mensaje pinchado en el coso y cada tanto…
–Sí, qué sé yo –digo, sin entender muy bien de qué está hablando.
Tose fuerte, aspira, barre con la mano la parte de la mesa que tiene delante.
–Digo memorándum porque dentro del empleo del estado cuando se manda –se limpia la nariz con un pañuelo– alguna notificación se llama memorándum, entonces corre para todo el mundo… Y acá es, como si estuvieras en el negocio, ¿no?, como si dijera “Bueno, andá a tal lado a buscar equis mercadería” o…
–Sí, algo así. “Bueno, hoy nos vemos”. Después de cuatro, cinco meses.
–Mh.
–Que en el momento hasta dije “menos mal que estoy lejos así le tengo que decir que no, porque si no le voy a decir que sí”.
–Mjm.
–Bueno, me quede con las ganas de verlo…
Dejo de hablar por un rato, ella no dice nada. De vez en cuando hace un sonido con el taco del zapato, al ser más de dos veces empieza a sentirse como un ritmo lento, muy lento, que marca sin que dejemos de mirarnos.

DISPONIBILIDAD
–No sé. –digo, para interrumpir la situación.
–¿Y qué te hace decir que sí, que bueno? ¿O…? –tose–. Porque si estabas cerca hubieses dicho que sí.
–Sí.
–Las cosas lejos no estaban… 
–Pero me manda un mensaje y me dice “bueno, nos vemos ahora”. O sea, es como…
–Claro, pero vos dijiste que no porque pensabas que estabas lejos.
–¿Pero si me está diciendo ahora? Es que está cerca.
–Se supone que cerca de tu casa.
–Sí.
–Porque se supone que a esa hora estás en tu casa –me habla con la cabeza inclinada hacia abajo pero con los ojos fijos en los míos. Yo asiento con la cabeza–. Si vos decís que supone que estás en tu casa…
–Puede ser. ¡O no! ¡De hecho no estaba! Pero me parece que es como una manera de “ver” a ver si estoy ahí.
–¿Y qué te hizo sentir en ese momento?
–Cuando vi que era un mensaje de él me puse muy contenta –digo sonriendo, poniendo las manos entre la silla y las piernas.
–Mh.
–…y leí que me quería ver, me puse muy contenta. Pero después… le dije que estaba lejos y me dijo “bueno, bueno, arreglamos para otro día, vamos al cine”, y también yo le dije que sí, ¡entonces me puse muy contenta! Pero después… no sé, en el fondo sabía que no íbamos a vernos de vuelta, que en ese momento él quería verme pero que después, otro día, tal vez no.
–¿Y por qué pensás que quería verte? ¿o por qué pensaste en el momento? –termina la pregunta tosiendo y cruzando las piernas a la vez que se apoya en el respaldo.
–Sinceramente… –también vuelvo a apoyarme en el respaldo– me puse contenta los primeros dos segundos que dije “¡ay, qué bueno, quiere verme!”. Y después pensé “probablemente se le cayó otro plan, entonces me llama a mí”.
–Claro, lo que da la impresión es que te ve como alguien disponible, ¿no?
–Sí, porque es así, es real. ¿No es así? ¿No te parece?
–¿Por qué te parece?
–Y me llama y yo le digo que sí, después de cuatro o cinco meses. Sin decirle “ay, hace cuatro meses que no me llamaste ni nada”, o sea, como si nada hubiera pasado.
–Pero le dijiste que no.
–Sí, pero le puse “ay no, ¡qué lástima! ¡Estoy re lejos…!” –digo exagerando una voz de profunda tristeza.
–Bueno, pero también podría no ser verdad.
–No sé, lo cierto es que estuve todo el miércoles esperándolo. Aparte, desde el fin de semana al miércoles, estuve todos los días pensando en ese momento del miércoles.
–Ah, el fin de semana te llamó.
–Claro.
–No, pensé que te había llamado el día anterior, o algo así.
–No, el fin de semana. Él siempre me decía que los fines de semana estaba con la familia, que no sé qué…
–Mjm.
–¡Por eso! Se ve que alguna cosa que tenía planeada no funcionó y le quedaba algún momento libre, entonces quería verme. Me imagino yo, no sé.
–Mjm.
No hablamos. Escucho un sonido constante, como si fuese una gota que cae y está aplificada… Por momentos pienso en un corazón abstracto, como la idea de un latido latiendo en el ambiente.

CUANDO NO ESTOY NO ESTAN
–¿Y ahora? ¿Seguís igual de disponible?
–Por lo menos no le voy a escribir, ni decirle nada. Y voy a ver qué onda. Probablemente dentro de tres meses me escriba –dejo de hablar para pensar en algo, y cuando escucho de nuevo el latido vuelvo a hablar sin pensar–. Es que no estoy con nadie, ni conozco a nadie… 
–La cosa es que puedas empezar a estar con vos misma, ¿no?
–Estoy conmigo hace mil años, sola, la verdad es que no es muy divertido –digo, con cierta aprehensión.
–¿Por qué?
–No sé, me imagino que hay distintos tipos de tendencias sobre la personalidad… y que hay gente que es más solitaria… y hay gente que es menos solitaria. Yo soy solitaria no porque quiero, sino porque no me queda otra.
–Si no tenés una persona no estás –me interrumpe.
–Hay gente que es solitaria porque le gusta. A mí no me gusta.
–¿Y en vos que pensás que aleja a la gente?
–No, ni siquiera me acerco a la gente, no es que la aleje. O sí… o la alejo, ¡no sé! Tal vez esa misma disponibilidad.
–Ahá.
–No sé, vivo haciendo todas estas cosas, como imaginándome a ver qué puede haber sido lo que hizo mi papá, qué puede haber sido lo que alejó a tal y todo el tiempo vivo en hipótesis. Y bueno, entonces si pudo haber sido tal cosa, voy a tratar de hacer tal otra, a ver si… Entonces no sé bien cuál es la vida real ahí. Porque finalmente siempre se alejan, o sea, haga lo que haga y llegue a la hipótesis que llegue, siempre es lo mismo.
–O sea, con esto que decís… por ahí me equivoco, ¿no? pero con esto que decís parece que estuvieras pendiente de que alguien se acercara –acentúa con la voz y las manos la palabra “pendiente”.
–Es que hace diez años que estoy sola. No sé, me gustaría estar con alguien…
–Mjm.
De fondo se escuchan bocinas y me cuesta hablar más alto.
–¿Pero con alguien como una pareja o… con amigos, amigas…? –me pregunta entre bocinazos. 
–Una pareja. O amigos, amigas... Pero yo no tengo amigos, y si hago algo es porque yo voy, insisto, llamo –hago gestos de cansancio–, salimos. Pero no es que alguien me invite hacer algo.
–Mjm.
Escuchamos por un rato las bocinas, que no paran. Me pregunto si será la hora, que siempre se escuchan en un momento dado cuando estoy en la sesión.
–¿A quién le decís, a tus compañeras de trabajo?
–Tenía una compañera con la que nos llevábamos un poco mejor, pero ya no nos llevamos bien.
Otra vez silencio, esta vez no hay más que algunas voces en el pasillo.
–No sé, lo mismo pasa con mi familia, si yo no llamo no me llaman. Entonces pienso “bueno, será este tema de que… de la disponibilidad”, que eso es como un peso para la otra persona, ¡una persona que esta tan disponible…! Entonces no llamo, hago como que no pasa nada ¡y no pasa nada! No me llaman más, puedo estar diez años más absolutamente sola que nadie se entera.
–Y de todos  modos no tenés ningún otro grupo de gente, ninguna otra actividad, fuera del trabajo –dice como preguntando, pero en realidad no es una pregunta.
–No, no tengo tiempo tampoco.
–¿Ningún día del fin de semana?
–¿Y qué puedo hacer un fin de semana?
–¡No sé, ir al club!
–Y… alguna vez fui a un gimnasio ¡y no pasa nada! Estoy ahí, cada cual está haciendo lo suyo.
–No, pero no es un gimnasio común.
Silencio.
–No me interesa el deporte.
–No, pero podés ir a una pileta y no hacer un deporte… 
–No, ya fui a una pileta y no funciona, no pasa nada. Cada uno va, nada y se va.
–Mjm.
Silencio.
–No sé.
Silencio. No hablamos por un rato largo y vuelvo a escuchar ese latido, entonces me concentro en los pasos que aparecen y desaparecen en el pasillo, atrás de la puerta del consultorio. Ella carraspea la garganta.

EL ENCIERRO
–Eso además de desilusionarte, te enoja, ¿no cierto?
–Es que siento que me pasa esto desde que soy chiquita, y no sé cómo solucionarlo.
–¿Qué te pasa desde que sos chiquita?
–Que de repente se van, no me dan más bola, yo no sé lo que hice mal… Entonces siempre lo mismo.
–¿En relación a tu papá o…?
–Y, para que alguien me dé bola tengo que estar encima y si no estoy, no está. O sea, no hay nadie que sólo levante un tubo de teléfono y me llame. Ni siquiera mi familia.
–Bueno, por lo que vos decís tu familia no… no parece que se les ocurriera mucho llamar, ¿no? Vos decís “me pasa desde que era chiquita”, ¿te pasó con alguien más que con tu papá o solo con él? Que fue un día y nunca más volvió.
–Y… Sergio.
–¡No, noooo! ¡Pero cuando eras chiquita digo!
–No, cuando era chiquita no tenía ni amigos. Los pocos amigos que tenía eran… me decían “hol…” y para mí ya era mi amigo. Y después de repente no me saludaba más y no sabía ni por qué. Después entendí que con solamente decir “hola” no es una amistad.
–Mjm.
–Pero…
–¿Y cuándo ibas al colegio jugabas con los chicos en el recreo? ¿o jugabas con los chicos en el barrio, en la vereda? Cosas así, ¿o no?
–No, jugaba con mi hermana.
–¿Jugaban entre ustedes?
–¡Sí! Y el barrio… no mucho.
–No sé si se jugaba en la vereda en tu época todavía… ¿sí?
–No mucho. A veces salíamos a andar en bici. Y andábamos un poquitito pero no nos dejaban mucho tampoco. Una vez fuimos a la casa de las vecinas de enfrente. No tenemos costumbre ni de ir a ningún lado, ni mucho menos de que vengan a casa. Entonces cuando íbamos a otro lado no sabíamos cómo comportarnos. Y las nenitas de enfrente, con las hojitas de la planta esa que se llama monedita… no sé, ¿esas que son redonditas y verdes? –hace un gesto afirmativo mientras me escucha–. Tenían un paredón enorme, re largo, blanco, y se pusieron hacer dibujos con esas hojitas. Y nosotras nos pusimos hacer dibujos con ellas. Y vino la madre de estas nenas y nos retó, nos echó, se enojó con mi mamá… ¡toda una cosa! Y después mi mamá se enojó con nosotras, no nos quería dejar salir más a ningún lado.
–Fue la única vez que fueron a jugar a la casa de alguien, por lo que parece.
–Otra vez mi mamá fue a visitar a una amiga de ella de la secundaria (ella no salía casi nunca porque mi papá no quería que salga) y nos llevó a nosotras. ¡Y nos fuimos a un lugar! Me acuerdo que estuvimos viajando como tres días, nos tomamos como veinte cosas para llegar ahí… y cuando llegamos, esta señora tenía dos hijos más o menos de nuestra edad que eran unos salvajes, se tiraban por la ventana, no sé, ¡hacían unas cosas! Y nosotras no sabíamos si jugar o no con ellos, por la otra experiencia que habíamos tenido y… Hasta que la mamá nos dijo “sí, jueguen tranquilas”, qué sé yo, y empezamos hacer cualquier cosa. Y después llegó la hora de la merienda y había un montón de cosas ricas, y nosotras, no sé, mirábamos a mi mamá porque no sabíamos si teníamos que comer o no. Y esta señora era como muy buena, re amable, y nos decía “¡sí, pero coman!” así como con mucha… no sé, era re linda. Entonces nos pusimos a comer a la par de estos chicos, que se bajaban todo así como unos animales…
–Como los chicos –me interrumpe con una sonrisa tierna.
–…y cuando llegamos a mi casa ¡fue horroroso! Mi vieja nos dijo que ¡nunca más iba a ir a ver a su amiga por culpa nuestra, que la habíamos hecho quedar re mal, que éramos como unos indios y que encima después comíamos como si nunca hubiéramos comido en nuestra vida! No sé, como… toda una cosa…
–Y nunca más las llevó a ningún lado.
–No.
–¿Y del colegio? ¿No tenían compañeritas que vayan a su casa o algo así?
–No, porque no nos… Creo que yo ni sabía que se podía invitar chicos a casa, y tampoco me invitaban a sus casas. Porque las cosas se arreglaban entre grandes en la puerta de la escuela, tipo “ay, llevemos…”, se los llevaban al cine. Nosotras no, no nos pasaba. Me imagino que mi vieja no generaba eso.
–Mjm.
–De vez en cuando íbamos a algún cumpleaños… –digo, y me interrumpo–. Estoy diciendo todas cosas malas pero en realidad…
–Bueno, pero estás queriendo…
–¡Siento que me parezco a mi mamá, que se queja todo el tiempo! No sé, con todo  lo que estoy diciendo… es como una queja.
–No, no es una queja, es más bien descriptivo.
–Pero como si mi vida hubiese sido “solo cosas malas” –digo, como sobreactuando–. No sé “pobre”, “pobrecita”, “todo lo malo que le pasó”.
–Pero eso es lo que podría deducir o no alguien de acá, ¿no? Emmm… vos estas describiendo algo que te pasó cuando eras chica, o lo que te pasaba cuando eras chica, porque parece que los acontecimientos que habían eran… –hace un silencio, aspira aire y lo retiene– desoladores.
–Sí, pero eso me pone como en un lugar de víctima “ay, pobre chica”.
–Pero en el momento, cuando estuviste en la casa esa, esta señora no dijo nada…
–¡Yo me divertí muchísimo!
–Las mismas indiadas que hacían los hijos de ella, y por otro te divertiste como un chancho y morfaste como un chancho.
–Sí, pero después la pagué bien cara.
–Claro, pero pensá que a lo mejor podrían no haber hecho nada.
–¿No haber qué?
–No haber llegado nunca ahí, ¿no? Después, bueno… no sé…
–Aparte después la cuestión de “por muuucho tiempo no salgo por culpa de ustedes”, “me quedé sin mi amiga por…” o sea, al final era nuestra culpa que ella no tenga amigas, que ella no salga, que ella no haga nada.
Hago un silencio, nos miramos. Pareciera que ninguna de las dos respira por unos instantes.
–Después me acuerdo que una vez me llevaron al cumpleaños de una compañerita, yo era chica, y a mí no me gustan las tortas decoradas, qué sé yo, me parecen un asco, muy empalagosas, me parecen horrorosas. Sobre todo si tienen adentro ese durazno en almíbar que parece una babosa. Y había esta torta. Y cuando me fueron a buscar yo salí así contentísima del cumpleaños y mi mamá me dice “¿cómo te fue en el cumpleaños?” “¡Bien!” “¿Y era rica la torta?” Y yo dije: “¡No, era un asco!” Me acuerdo que me agarró así del pelo y me llevó como más lejos y me sacó de ahí, no sé, ¡como enojadísima! qué sé yo. No sé, a mí me estaban preguntando. Ahora me doy perfectamente cuenta de lo que pasó ahí, pero en su momento no entendía nada, me estaban preguntando a mí que me había parecido ¡y me había parecido un asco!
–Mjmm… ¿Y qué, estaba la mamá de los chicos?
–¡Estaban todos saliendo! –digo indignada acomodándome el flequillo, cruzando las piernas y sentándome de costado– Pero yo, yo me pongo en esa situación ahora y digo “ah, bueno, mirá esta nena, ¡qué cosa! Jaja” Es más chistoso, nada. No es para taaanto –Vuelvo a acomodarme en la silla, esta vez de frente a ella. Hablo con un tono de voz más dulce–. No sé, o a lo sumo le diría “bueno, la próxima vez no digas eso porque la haces sentir mal a la señora”. Listo.
–No, me llama la atención. Me resulta tan rara la pregunta… –dice, con la intención de que pensemos en eso, pero yo no entiendo bien.
–¿Tan qué?
–Rara –Agrega con dulzura.
–¿De la torta?
–¡Porque nadie viene y pregunta…!
–No me acuerdo si me preguntó “¿qué tal la torta?” –la interrumpo–, no me acuerdo si me preguntó por la torta. O me dijo: “¿cómo te fue?” y yo le dije: “re lindo, pero la torta era un asco”. No sé, algo así, no me acuerdo tan puntual, pero sé que estuvo de por medio esta torta horrorosa que me arruinó todo el cumpleaños, yo venía pasándola re bien y después me la pasé llorando.
–O sea que nada tiene garantías, ¿no?
–No. Al final, después de la caricia viene el cachetazo.
–Mmmh, después de la caricia de otro viene el cachetazo –subraya la palabra “otro”.
–¿Y qué uno se va a estar haciendo caricias?
–No. No de tu mamá, la caricia. De tu mamá no aparece ninguna caricia. La caricia se ve que la pasaste en otro lado, no en tu casa. Porque eso de ponerse a dibujar con hojitas, está bien… los querés matar a los pibes pero “bueno, acá tienen agua y jabón y un cepillo y laven la pared”. Pero no es que tu mamá hubiera sido cariñosa si hubieran hecho algo o qué sé yo, y después venia el cachetazo, sino que fueron y tuvieron caricia en otro lado y cuando llegaron a casa tuvieron el cachetazo, a eso me refería.
–No me acuerdo, me imagino que ella era cariñosa… pero también era más bien hinchapelotas, se enojaba, gritaba.
–Pero, si hubiera sido cariñosa te acordarías… “Mi mamá era cariñosa, pero era muy reglamentaria”.
–Yo no me acuerdo que haya sido cariñosa, pero ella todo el tiempo nos dice que era re cariñosa. Que ella era “reee cariñooosa” –agrego, imitando otra voz, casi cantando–. Pero yo no me acuerdo, si me acuerdo de todas estas cosas malas será que eran más fuerte. Es más, no me acuerdo si era cariñosa o no. Me acuerdo de que era una exagerada, por ejemplo hacíamos algo que no le gustaba y era capaz de estar corriéndonos alrededor de la mesa como veinte vueltas.
–¿Para pegarles?
–No sé. Nos agarraba del pelo, algo así. Era capaz de estar corriéndonos veinte… y eso era cada vez peor porque a mí me agarraba un terror cada vez más grande, entonces seguía corriendo y ella decía “si seguís corriendo va a ser peor”, y era como una cosa que se iba acumulando.
–¿No podían salir para ningún lado?
–Súper agresivo.
–¿No?
–¿Y a dónde vas a poder salir?
–¡Y por una puerta, qué sé yo!
–¡Y, te corría por la puerta! Aparte esta casa tenía una particularidad que era que: estaba el patio, del patio por un ventanal entrabas al comedor, living comedor, de ahí por una puerta pasabas a la cocina, de ahí por una puerta pasabas al lavadero, y de ahí por una puerta volvías al patio, en el medio había un bañito, que era el bañito de servicio, un bañito chiquito. Entonces si no dabas vueltas alrededor de la mesa, dabas vueltas alrededor de eso. Salías y entrabas.
–Claro. Por eso te pregunté porque daba la sensación de tanto encierro. Todo lo que venís contando hasta ahora, ¿no? ¡Tanto encierro! Vos hablás de que tu vida hoy en día es un encierro…Y las salidas de la casa terminan muy mal, cuando hay una situación fea en la casa, es cuando vas dando vueltas, y por eso te pregunte si podías salir por una puerta a un patio, a la calle, ¡qué sé yo!
–¿A la calle? No, si éramos chicas ¿cómo vamos a ir a la calle?
–No solo eran chicas. Eran sojuzgadas.
–No sé, me imagino que tampoco eran unos malvados. Me imagino que deber ser…
–Claro, pero la reacción primaria de un chico si le quieren pegar es salir corriendo a la calle. 
–Pero, para salir corriendo a la calle tenemos que poder abrir la puerta. Y los chicos no tienen esa posibilidad.
–Sí, pero no tienen tampoco la posibilidad, digamos, de preguntar, intelectual, ni siquiera de pensarlo.
–Igual yo no sé si, si yo no tendré la misma construcción melodramática que mi vieja entonces estoy acá y lo único que me acuerdo es todo lo malo y pobrecita de mí. Pero la verdad es que no me acuerdo muchas cosas buenas.

LA NOCHE DE LA PANTERA ROSA CON FINAL FELIZ
–¿Y alguna te acordás?
–¿Cosas buenas?
–Alguna linda, sí. Como por ejemplo, no se “estar en esta casa fue muy lindo”.
–Bueno, por ejemplo, algo que me acuerdo fue una noche, una noche que había un patio con… era una esquina… había un patio con pastito, tierra, qué sé yo. Y se les ocurrió empezar (un domingo ponele, un sábado), a dar vuelta toda la tierra así como para poner pastito y que sea más lindo. Entonces, mientras (era una noche de verano, y estaba re lindo) mientras ellos trabajaban en eso, nosotras en la galería del patio estábamos con unas maderitas, cosas, hacíamos ruido e invariablemente cantamos la melodía de la pantera rosa toda la tarde, toda la tarde cantando eso. Terminamos afónicas y felices porque fue re lindo, porque era como que nosotros, nosotras musicalizábamos esta cosa de que ellos trabajaban. Y me acuerdo como de final feliz en donde ellos dos estaban abrazados así, contentos que habían terminado y nosotras re contentas, qué sé yo. Después, mucho tiempo después, hablando con mi mamá me acuerdo que le conté de esa noche, que fue una de las noches más lindas de mi vida, y ella me decía “sí, pero… sabes cómo terminó todo, ¿no?” Y me empezó a contar unas cosas de su intimidad con mi papá que fueron una mierda. O sea, me arruinó toda esa noche. Para mi había terminado ahí re lindo y no, para ellos siguió y fue horroroso, y yo de grande dije “qué horrible lo que le pasó”, no sé. Como por ejemplo un día encontramos… igual ya te digo, con el tiempo me di cuenta de que no sé qué cosas creerle y qué cosas no a mi mamá, porque siento que… que ya ni ella sabe qué cosa es real y qué cosas se inventó para ella ser como la pobre víctima de todo. Nos encontramos una agenda con mi hermana en donde leíamos cosas de cuando… (la agenda era del año de cuando vivíamos en esa casa que ella hacia la ropita esa, antes de irnos) y ella escribía cosas como que “hace tres días estoy encerrada, y la mamá de (de mi papá) me pasa comida por la ventanita de la puerta y hoy me pasó una manteca rancia” por ejemplo, por decir algo, algo así era. Entonces yo no sé si era ella escribiendo eso, como teniéndose lastima y olvidando un montón de otras cosas que tal vez no eran tan terribles, o si era real.
–Pero ustedes estaban ahí –mueve la cabeza como diciendo que sí, tiene las cejas muy altas.
–¡Yo era chica, qué sé yo, no me acuerdo de eso, si vivíamos encerradas!
–Pero ¿estaban encerradas porque tu papá las encerraba?
–Según mi vieja, sí. ¡Yo no creo que sea tan así! No sé, tal vez ella se sentía encerrada y tal vez alguna vez mi viejo dijo “bueno, no salís” y se llevó las llaves. Ni idea. No lo sé, no lo puedo saber porque no tengo a quien preguntarle. O sea, mi mamá siempre va a decir que estuvo encerrada toda la vida.
–Claro, pero...
–A parte, ella decía que no la dejaba salir, que estaba encerrada, qué sé yo, pero yo me acuerdo de mil veces haber ido a comprar el pan, haber hecho todas las compras con mi hermanita.
–Claro, pero además…
–O sea, si podíamos salíamos nosotras a comprar…
–…si me dijeras que fue hace cien años, o en Afganistán… ¿no? Bueno, alguien podía cerrar la puerta, pero hoy en día decir “¿mi marido no me deja?” Escuchaaame… –estira la palabra mientras se desploma sobre el respaldo de la silla levantando los brazos.

LA FAMILIA
–Y bueno, no… lo que pasa es que, bueno, son historias bastante… Mi viejo es El Machista, muy machista, es como un homofóbico, y no sé qué.
–Claro.
–Y mi vieja lo conoció cuando tenía quince años y tenía una mentalidad de campo que, que es como una Heidi todavía, entonces es como… son los dos de… o sea, más viejos de lo que deberían ser.
–¿Son cuaternarios?
–No sé, que se yo.
–Una especie de pica piedras.
–No sé, tal vez no pero…
–Me refiero… Lo que quiero decir es la mentalidad.
–Y, como que lo son bastante… creo que no maduraron.
–Uhum, claro pero en realidad se busca a la… Ella lo conoce en los quince años   pero incide con eso –y hace un gesto como de cavar con mucho esfuerzo con una palita sobre la mesa.
 –Porque no conoce otra cosa. Mis abuelos estuvieron juntos hasta que uno de los dos se murió y la verdad es que no se soportaban. Ella vivía en la cocina, él vivía en un galponcito que había en el fondo, no se veían, ni se hablaban. Terminaba de cocinar, “está la comida”, iba, comía y de vuelta se iba al galpón.
–Digamos que no tenía mucho de donde surtirse tu mamá.
–¿Cómo?
–¡Que no tenía mucho de donde surtirse tu mamá!
–Y no, bueno, pero qué sé yo, ese es el problema. Que ella está todo el tiempo sufriendo y todo el tiempo hay que justificarla, y finalmente ¡a mi qué me importa! Qué se yo, no sé.
Se escuchan unas voces del otro lado de la puerta, después unas bocinas.
–Sí, me refería al hecho de que el encierro que ella tiene, que es como fue el de su madre, que prefiere estar en la cocina y el marido en el galponcito…
–Bueno, pero mi abuela… en la época de mis abuelos no existía el divorcio, ni la separación, ni nada por el estilo.
–Sí existía. 
–Bueno, pero…
–El divorcio…
–¿El de la gente tipo? No. O sea, lo normal era bancártelo hasta la muerte. Sobre todo porque eran amas de casa. Y nunca iban a tener ni un sueldo ni nada. ¡Era como un contrato!
–Sí, pero había muchas mujeres que se ponían a coser, o aprendían peluquería…
–Bueno pero la mayoría, no digo que todas, la mayoría que hacía eso era porque estaban en una situación que ya era imposible, insostenible o porque él se iba.
–Siempre en los barrios hubo peluqueras, una modista, ¿no?
–Sí, pero eso era más en la ciudad, la gente más de campo eso no lo hacía, o sea, no se le cruzaba por la cabeza. Era capaz de…
–¿Pero vivían en el campo o vivían en la ciudad?
–No, vinieron del campo.
–¿Pero vivían en el campo o en la ciudad de campo?
–Venían del campo, campo.
–Tenían una chacra.
–Sí, los de mi mamá. Los de mi papá eran de la ciudad, entonces ahí esas dos familias no se soportaban –vuelvo a acomodarme en la silla, ella hace lo mismo. Cambio el tono de voz como si estuviese contando un cuento–. Pero venían del campo, campo donde no…no se estudiaba, no se hacía nada. Por ejemplo el papá de mi abuela comía banana y le daba a sus hijos la cascara para que la chupen, eso me lo contaba mi abuela y yo decía “¡qué horror! ¿Esa era tu vida!? ¡Horroroso!” Y así mil cosas que me contaba que eran, creo que hasta los veinte años fue como una especie de animalito.
Hago un silencio, ella no habla. Me mira con los brazos cruzados y el mentón casi hundido en el pecho.
–No sé. Igual la verdad es que pienso... si esto de rememorar todo, qué sé yo, sirve para algo.
–¿A vos te molesta?
–No sé si me molesta o no. Pero puede ser esa historia o cualquier otra, ¿eso justifica algo?
–No, no.
–No sé si explica.
–No se trata de justificar las cosas, sino de ver, por ejemplo en tu caso, la falta de opciones de dónde viene, sino parece como que todo estuviera pegado. Esto no, porque no, esto no, esto no, no, el otro no me da bola, esto no sé qué, esto no sé cuánto –dice todo rápido–, como si estuvieras recién venida del campo. ¿No? Sin otra opción que… si alguien te diera banana chupareías la cáscara.
–Pero ahí hay algo que es real y es que nadie tiene interés en mí.
–Eh... Bueno, eso vamos a ir viéndolo, porque vos tampoco tenés interés en alguien.
–No sé, a mi Sergio por ejemplo me interesaba. O me interesa, qué sé yo, y…
–Claro, pero parece que es, parece que te interesara Sergio pero no ves qué es Sergio, ¿quién es en vos Sergio? Es como si fueras del medio del campo y vinieras y “¡Oh! ¡Qué bello espécimen del sexo masculino!” No como decir “¡Qué hijo de puta el tipo este!” ¿No? –Se ríe–. ¡No lo ves venir nunca!
–No.
–Caés desmayada. ¿Sí? Bueno –suspira–, ¿nos vemos el jueves?
Me levanto totalmente desahuciada, ella hace mucho ruido con la silla. Se ríe.
–Chau Clara, hasta el jueves.
–Hasta el jueves –miro para atrás y veo cómo vuelve a su asiento con un aire juvenil y arregla algunas cosas en la mesa– ¿Dejo abierto?
–Sí. Gracias.
–Chau.